miércoles, 17 de marzo de 2021

Una pieza de puzzle que no corresponde

 Toda la vida me he sentido como una pieza de puzzle que está en una caja que no es la suya, el problema es que nunca he encontrado mi caja. A veces he intentado encontrar entre rompecabezas, construcciones, etc., pero en momentos como hoy acabo pensando que solo puedo servir para calzar una mesa coja, e incluso, ni esto lo hago bien, pues aunque las patas estén más igualadas, sigue siendo un apaño y continua un poso de la antigua cojera.

Recuerdo que, con unos 12 o 13 años, mis padres vivían en uno de los mejores barrios de Madrid; yo asistía a un colegio de monjas en las que llevábamos un horrible uniforme marrón. En mi clase había hijas de grandes periodistas, políticos, miembros de bandas de prestigio, toreros y probablemente alguna niña con algun titulo nobiliario. Mi padre era carnicero en un centro comercial, mi madre en aquella época maestra en un cole de un barrio marginal. Las compañeras me miraban por encima del hombro por ser pobre, por no ser una de ellas... Incluso en una ocasión, durante unas jornadas de convivencia, durante una dinámica en la que tenias que decir cosas de otra de las alumnas e intentar imaginar que seria en el futuro, la jovencita a la que yo le toque como compañera pensó que mi futuro era el de ser la chacha de una de ellas. Definitivamente, no encajaba en ese colegio

Los fines de semana los soltamos pasar en una casita que tenían mis padres cerca del Pantano de San Juan, salvo mis tíos, el resto de los propietarios dentro de esa colonia (que no urbanización, ya que eso requiere una serie de infraestructuras que no teníamos) provenían todos del extrarradio sur de Madrid. Gente humilde, con trabajos de baja cualificación y con mucha afición por el alcohol. Allí, los chicos y chicas de mi edad me llamaban la princesita y me tachaban de pija y estirada. Tampoco encajaba allí.

En casa la ideología política reinante era favorable a la derecha, muy favorable a la derecha. Muy religiosos, muy machistas y un tanto elitistas. Yo quería cambiar el mundo, hablaba de igualdad, me gustaba un chico negro, mi mejor amiga era homosexual.... Mi padre siempre me soltaba, a modo de insulto: "estas enferma de socialismo". Ese no era mi sitio

El primer novio que tuve (el negro no me quiso), con el que finalmente termine casándome y teniendo hijos, tenia en la sangre grandes militantes del partido comunista. Mi forma de ver la vida le parecía snob, consideraba que era una pijipi, que no se bajaba de su trono de oro desde donde decía querer arreglar la vida de los demás, sin ser capaz de arreglarme a mí misma. Tampoco era mi lugar

Estudie una carrera social. Tenia una relación correcta con mis compañeros, pero no cordial, ya que tenia la mala costumbre de asistir a todas las clases, no fumar porros y no hacer vida en la cafetería. A mis padres y familiares les parecía que eso no era una carrera de verdad, solo una forma de pasar el tiempo que no me proporcionaría jamas un medio de ganarme la vida

Trabajando en prisión los funcionaros no me tragaban porque tenia una relación muy cercana a los internos. Los que cumplían condena me acusaban de ser un lobo con piel de cordero que fingía ir de buen rollo 

Cuando he estado en diferentes instituciones Psiquiátricas, parecía estar poco loca para ser una más y demasiado loca para ser normal. 

A mi psicólogo lo visito todas las semanas, estoy muy poco estable y tengo demasiadas responsabilidades para no estar bajo supervisión constante. En nuestra ultima sesión me estuvo machacando con la idea de que me cargo a mi espalda todas las mierdas mías y las de los que tengo cerca. Me decía que ya era hora de que empezara a pensar en mi misma, que dejará de priorizar las necesidades de los demás sobre las mías...

Apenas dos días después discutí (aun no se cómo) con alguien que es un pilar en mi vida, porque nunca tengo tiempo para cuidarle, porque solo son importantes mis cosas, porque el único criterio que importa es el mío, porque soy egoísta y no miro más allá de mi ombligo. Confío en su criterio y probablemente tenga razón

Posiblemente todos tuvieran razón, las que me llamaban muerta de hambre, los que me llamaban estirada, los que me llamaban perroflauta y los que me llamaban pija, los que me decían empollona y los que insinuaban que iba a lo fácil, los que me llamaban loca y los que me llamaban cuerda, los que me llamaban vendida y los que me llamaban esquirol, el que me dice que no me quiero y quien me acusa de no ser capaz de querer a nadie. 

Así que volvemos al punto de partida. No sé quien soy, no sé lo que soy. Lo único que sé es que en cualquier lugar estoy fuera de lugar.


lunes, 15 de marzo de 2021

La dualidad de la enfermedad mental

 No soy muy aficionada a la dialéctica, pero llevo un tiempo en el que las tripas me duelen de tanto callar. 

Estoy cansada de esta doble rasero con el que se juzga a la salud mental y a aquellos que padecen alguna enfermedad relacionada con el tema.

Por un lado, si dices que estas en tratamiento psiquiátrico la gente reacciona de dos formas: como si tuvieras la lepra y desaparecen de tu vida más rápido que el dinero en mi cuenta (o la covid, más acorde con los tiempos que corren) o tienen soluciones de cuñado: a ti lo que te hace falta es un buen polvo; como se nota que tienes mucho tiempo para aburrirte; estás triste porque quieres, solo tienes que alegrarte un poco; ganas de llamar la atención, te falto una buena hostia de pequeña... Y así podría seguir.

Y luego por otro lado están la desvalorización de la enfermedad y de lo que se supone. A la primera dificultad todo el mundo afirma tener una depresión. No perdona, bonito, lo que a ti te pasa no es una depresión es malestar como consecuencia de no tener las herramientas suficientes para afrontar alguna situación difícil o generadora de estrés. Una depresión es algo mucho más que sentirse triste un par de días. Todos sufrimos de dolor de cabeza en algún momento de nuestra vida y no por eso afirmamos tener un tumor. Todas sentimos malestar estomacal con relativa frecuencia y no afirmamos padecer un cáncer de estomago, una ulcera o tener una tenía que nos esta devorando por dentro; no, simplemente somos conscientes de que hemos comido o bebido en exceso, demasiado picante o algo en mal estado.

No estoy intentando restar importancia al malestar de aquel que se ha puesto ciego a burritos y luego tiene ardores, ni mucho menos. Lo que pretendo es no hacer de menos al que realmente está enfermo. Al aficionado a la comida mejicana le duele la tripa y mucho, muchísimo, a lo mejor hasta el punto de ofrecer el alma al diablo para que se le pase, pero ni de cerca tiene nada que ver con el que tiene una verdadera patología grave. 

A alguien que tiene un tumor en el estomago, del tamaño de un melocotón, como le ocurría a mi padre, no le dice alguien que ha comido en exceso "Se como te sientes, yo estoy pasando por lo mismo, lo mío si que es grave". Seria tan ridículo como decirle a una madre recién estrenada, después de 22 horas de dilatación sin epidural "no sabes lo que te entiendo, yo he tenido que coger el puente aéreo Madrid-Barcelona y me he pasado al menos tres horas esperando en el aeropuerto" (Esto es un Wally y lo demás son tonterías). Suena ridículo, ¿verdad? Pues es algo que las personas con enfermedad mental tenemos que soportar todos los días

"Estoy deprimido", "mi madre tiene ataques de histeria", "mi novia está loca". Es una falta de respeto para las personas que viven con esa situación y etiqueta, así como, para los profesionales del sector de la psiquiatría y la psicología. 

En este aspecto, flaco favor les han hecho sus compañeros de atención primaria, que recetan Orfidales como si fueran Juanolas. "Doctor, no duermo bien" "Pues tomate dos de estas con la cena". Y bueno está los que van al médico de cabecera, a algunos directamente se los "receta" el vecino facilitándole una caja de su suegra o cosas por el estilo.

Y el colmo de los colmos es cuando alguien que simplemente está pasando una mala racha te dice que se quiere matar, que para sufrir tanto es mejor suiciadarse. Si lo piensas (lo sientes) realmente, no lo cuentas como quien dice está nublado. Es el final de un proceso largo y duro, en el que has tenido que cuando llegas a ese momento es porque has pasado por muchas etapas muy dolorosas y traumáticas. No dejas a tu familia, a tus amigos, a tu mascota... porque hayas suspendido un par de exámenes, hay una historia detrás, un dolor de más de un par de días

Lamentablemente, casi todos los que llevamos un tiempo padeciendo alguna enfermedad mental, entrando y saliendo de instituciones y sanatorios, probando diferentes terapias y medicaciones (y probablemente abandonando muchas de ellas), conocemos a alguien cercano que no pudo más, que dejo de luchar, que el dolor fue más fuerte... Por respeto a esas personas me resulta de un mal gusto tremendo, por no decir una sinvergüencería, banalizar con algo así

Espero que la próxima vez que os sintais tristes, que andeis de bajón, etc., recordeis este escrito porque si las palabras pueden hacer tanto daño como los palos, para aquellos cuya nuestra psique está completamente rota y analizada, mucho más.